
En medio de trajines propios de un universitario, he podido dedicarme a escribir muy poco. Cuando tengo tiempo de hacer algo, lo único que quiero es dormir o cosas que no tengan que ver con leer o escribir. Sin embargo, el viernes pasado sucumbí ante una experiencia inesperada, y por lo mismo dedicaré un par de minutos a perpetuar lo sucedido a través de algunas lineas.
Eran las 11
AM y estaba esperando micro en la "república independiente" de Playa Ancha, me dirigía a Viña, a terminar un trabajo de economía. Tenía hasta las 2:30 para entregarlo, de todas maneras ya lo tenía casi listo. Luego de esperar un par de minutos logro tomar una micro que decía "
Viña del mar". Un saludo desganado logre rescatar del conductor y logré sentarme en el último asiento al lado derecho, unos de mis preferidos, quizás por que siempre me gustó sentarme al final de la sala.( no sé si por tener una amplia visión del curso, o simplemente por no sentirme presionado por las auto exigencias de los
mateos de adelante, quizás las dos.) En unos 6 minutos la micro estaba en el Barrio Puerto, cuando toma dirección hacia un cerro. Debo informar, a estas alturas, que nunca fui un conocedor eximio de
Valparaíso, por lo tanto son más las dudas que certezas al momento de moverme en el puerto. Bueno, era evidente que la micro no iba
directamente a Viña del Mar (si es que iba a viña del mar), sin embargo, inesperadamente me quedé sentado sin querer moverme de mi respetado último asiento de la micro. Al final de todo- pensé- quizás me distraiga un rato. El domingo pasado,
habiamos conversado con una "amiga más que amiga", sobre nuestra relación y al final de cuentas nos dimos un "tiempo" por razones que el que lee querrá saber, pero
lamentablemente no podrá. Había pasado una semana muy agitada en la universidad, por lo que no había tenido tiempo en los últimos 4 días de estar conmigo mismo y pensar, fuera de los límites académicos.
La micro comenzó a subir ese cerro X, mientras lo hacía me di cuenta que estaba escuchando al trovador
ariqueño Manuel
García. Sí, a estas alturas sus canciones me parecían más que conocidas, sin embargo,
colaboraban con la apreciación de los paisajes, que a cada momento se volvían más interesantes. Después de una curva se comienzan a ver miles de
casitas de distintos colores, colgando de los cerros. Ellas me miraban, y no es por pecar de egocéntrico, no es culpa mía que me miren. Esta vista era nueva para mí, ya que siempre vi los cerros y sus casas de una perspectiva más lejana, ahora los tenía encima mío, y en realidad no pude quedar indiferente a aquel espectáculo, había algo muy especial y nuevo en el paisaje. Esta constante de especial y nuevo se repitió a lo largo del viaje. Le pregunté a un tipo, sentado adelante mío, en qué cerro
estabamos, me respondió el Cordillera. La micro no cesaba de subir y de perderse entre curvas
extremadamente angostas y peligrosas. Esto último lo comento ahora, pero en el momento, no había tiempo para pensar en eso, era el paisaje el que me tenía absorto y la música en mis oídos ayudaba bastante. Cuando la micro por fin comenzó a moverse de forma horizontal en la famosa Avenida Alemania (que recorre buena parte de los cerros porteños) me percate de altura en la que estaba. Se podía apreciar buena parte del Puerto
Pricipal, lo que me hacía
explamar inconcientemente las más variadas frases o ruidos "
uuuh" "
yaa" "
nooo", esto sumada a mi cara de situación, brindaban un ridículo espectáculo a la gente que se subía
constantemenete a la micro. Y es que al parecer era el único que no estaba habituado a la mística porteña, a aquellos cerros que se miran unos a otros y acercan sus casas, avecindando a quienes viven en ellas. Pasando por la plaza
Bismark, pensé en lo agradable que sería invadirla con una buena compañía, y
algun trago. Mis pensamientos llegaron a mi amiga más que amiga, pero había que esperar (todo lo que significa esperar para bien o para mal)... eso de "darse un tiempo", tiene sus costes. No recuerdo si pasé antes o después la casa del poeta
Neruda, pero recordé fugazmente la ida que con mi madre hice, cuando era niño.
A estas alturas me costaba asimilar la situación, estaba en una micro,
literalmente en la punta de un cerro, y escuchando a Manuel
García. Me gustaba verme así, después de tantos días de no tener vida. Me gustaba verme así, impresionado por lo que había descubierto. Es increíble cómo puedes estar en un lugar y no alcanzar a dimensionar lo interesante e increíble que puede llegar a ser, cuando entras a rincones específicos y te invade una emoción infantil que tiene que ver con el
descubrimiento de nuevas
escencias, paisajes y situaciones que, quizás sean
significativas sólo para el que las vive. Estoy rallando en lo patético, así que terminaré luego.
La micro
comenzo a bajar
estrepitozamente por las angostas calles de un cerro, sin embargo, se podían seguir viendo escenas nuevas, momentos memorables y que merecerían ser perpetuados por alguna cámara fotográfica, la cual no tenía en el preciso momento, pero sin duda lo eran en mi memoria. Y es que ya iba a llegar a Viña y debía continuar con mi vida académica.
Por motivos de tiempo no vale la pena describir cada detalle del término del viaje, quizás valga más la pena aconsejar tomar por
equivocación alguna micro que te lleve por el
Valparaíso de la canción: el de múltiples colores.